Sergio Bizzio, Eduardo Berti y Martín Felipe Castagnet, entre otros escritores argentinos, nos guían por los autores y las obras de su predilección
Hay vastas zonas de este mundo que aún desconocemos o las consideramos, sin mucha justificación, páramos ignotos para una parte de la humanidad. Y es un desconocimiento que no puede saldarse fácilmente con viajes relámpago a ese territorio. Es que el turismo, se sabe, siempre tiene ese aroma de puesta escena, de ser parte de un decorado descartable, de suspensión momentánea de la realidad. Es, en definitiva, todo lo opuesto a la verdadera experiencia.
Uno de esos grandes espacios de tierra misteriosa al que todavía Occidente no puede terminar de comprender es Oriente. Una buena forma de ingresar en ese suelo, quizás una manera tímida y por cierto con extrema seguridad, es a través de la literatura. ¿Qué autores vale la pena leer? ¿Por dónde conviene empezar? ¿Y quiénes están escribiendo cosas interesantes en estos mismos momentos? Para responder estas preguntas acercaron sus conocimientos de la literatura oriental una serie de escritores que hace tiempo vienen trabajando sobre esas páginas extranjeras.
El primer nombre que sale de la boca de Sergio Bizzio, el autor de Rabia y Planet, es Yukio Mishima (1925-1970): "El pabellón de oro es una de las novelas más hermosas que leí en mi vida. El relatoMuerte en el estío es el más terrible y el más triste. Todo Mishima me resulta siempre conmovedor. Pero mi escritor japonés preferido es Yasunari Kawabata.Mil grullas, La casa de las bellas durmientes, País de nieve, son obras maestras de la delicadeza, una combinación perfecta de pericia y sensibilidad. Debo haber leído Lo bello y lo triste unas veinte veces. Y no solamente lo disfruto, a veces también lo uso como correctivo: si estoy trabajando en algo y siento que la prosa deja de ser limpia y se pone oscura, o barroca, o muy escrita y retorcida, leo un rato a Kawabata. Eso sólo alcanza para cambiarlo todo."
Eduardo Berti, escritor argentino radicado en Francia, cuenta que su interés es más fuerte por el Extremo Oriente que por el Oriente Medio, aunque lo apasiona mucho la antigua literatura persa: "Saadi, Rumi. Mi primer contacto fue con la literatura japonesa. Con los haikus, claro. Con Mishima, que estaba de moda en los ochenta, y sobre todo con el magistral Tanizaki, al que luego le siguieron Kawabata, Kobo Abe o Natsume Soseki y algunos libros exquisitos de los que conservo un gratísimo recuerdo y a los que vuelvo cada tanto: el Libro de la almohada, de Sei Shonagon; los cuentos de Ihara Saikaku o La edad de las maldades, de Fumio Niwa."
Más tarde se fue volcando a la literatura china, que resultó decisiva para su novela El país imaginado. Así descubrió las raíces chinas de muchas cosas que le fascinaban de la literatura japonesa: "las listas que hace Shonagon y que provienen de un escritor chino del siglo IX llamado Li Yi-chan. También descubrí la apasionante tradición de cuentos de fantasmas y literatura fantástica que existe en China, con autores muy antiguos pero de rara modernidad como Gan Bao, Pu Songling o Ji Yun".
Cuando se le pregunta sobre su fascinación por la literatura oriental dice: "Hay, sin dudas, otra mirada del mundo. Sé que al decir esto corro el riesgo de caer en el estereotipo del exotismo, pero cada contacto con la cultura china (no solamente con su literatura) suscita un efecto de extrañeza y nos recuerda la fragilidad y la arbitrariedad de las normas culturales; nos recuerda, en otras palabras, que las cosas podrían ser de otra manera. Bioy Casares decía que escribir o leer equivale a añadirle una habitación a una casa; viajar a Oriente, leer la literatura de Oriente, ensancha asombrosamente esa casa que es el mundo."
Berti opina que hay muchos escritores chinos actuales que merecerían más atención: "Mo Yan ganó el premio Nobel y abrió algunos puertas, pero hay mucho para descubrir. Pienso en autores ya muertos como la notable cuentista Xiao Hong. Pienso en autores contemporáneos como Wang Anyi, Yu Hau, Diao Dou, Liu Xinwu o Han Shaogong."
Martín Felipe Castagnet dice: "Asia es el continente más extenso y más poblado de nuestro planeta, y del cual no sabemos nada: al igual que África, en los colegios no se enseña y en las universidades tampoco. Querer abarcarlo en una categoría tan grande como Oriente es una necesidad de nuestra ignorancia. Ese vacío académico es una de las razones por las que me interesa especialmente su literatura, como modo de completar lo no dado. De los países asiáticos del Pacífico, la literatura que más me atrae es la del Japón. A pesar de que visualmente nos parezca lo contrario, el idioma japonés es muy accesible a nuestra lengua, agradable y fácil de pronunciar; basta recordar las palabras japonesas que permearon en nuestra cultura, como sushi, kamikaze, sumo y bonsái. Los ideogramas le otorgan una capa extra de sentido muy presente en el original pero imposible de trasladar a una escritura no figurativa como la nuestra. Todo esto se pierde en la traducción, y queda enterrado como un tesoro para los que quieran seguir indagando."
En este sentido, Castagnet habla de un tema importante: la traducción: "Lo que llega al castellano es una versión, lamentablemente muchas veces a través del inglés o del francés, pero de la que tenemos mucho que aprender. Japón tiene una larga experiencia en el campo literario: La historia de Genji, de la cortesana Murasaki, es considerada la primera novela moderna de la historia y tiene más de mil años. La literatura se alimenta de reglas (cómo respetarlas, cómo quebrarlas y sobre todo cómo torcerlas); es muy saludable leer una literatura creada a partir de reglas que no tienen nada que ver con las nuestras. En Argentina no editan sino a los autores ya consagrados, como Kawabata, Mishima y Haruki Murakami. La excepción más notable son los destacados esfuerzos de la editorial Bajo la luna, que entre otras obras publicó el sobresaliente El libro del haiku, compilado y traducido por Alberto Silva, que recientemente tradujo losDiarios de Basho. Estuve un año esperando conseguir El monje desnudo, de Taneda Santoka, publicado por Miraguano Ediciones en la colección Libros de los Malos Tiempos. Otro libro notable es Rosa, de Li-Young Lee, publicado por la editorial Barba de Abejas. De padres chinos, Li-Young Lee nació en Indonesia y se crió en Hong Kong y Japón antes de mudarse a los Estados Unidos."
Oliverio Coelho se acercó primero a la literatura japonesa y luego a la coreana: "me atrajeron los universos, el tipo de historias, una narratividad atravesada más por lo sensorial que por las formas. Es decir que, por ser occidental, todo aquello que caracteriza a estas literaturas me parecía no convencional y original. De lo que se ha publicado más recientemente recomendaría de Minae Mizumura La herencia de la madre, y a Kobo Abe de quien se acaba de publicar: El mapa calcinado. Entre los coreanos podría recomendar a: Bae Suah, Eun Hee Kyung, Choi In-hun, Han Kang, Kim Hoon, Kim Seong dong, Choi Seung ho."
Miguel Ángel Petrecca, quien acaba de compilar narrativa de autores chinos contemporáneos en el libro Después de Mao (Adriana Hidalgo), tiene sus preferidos: "Por el lado de la poesía son Yu Jian y Xi Chuan. Este último desarrolla un tipo de escritura completamente moderna y a la vez muy arraigada en una cierta vertiente de la propia tradición. En narrativa, menciono a Cao Kou, Gouzi y Ah Yi. También Ge Fei, un autor de la generación anterior, de quien estoy traduciendo ahora una novela excelente: es un autor de una prosa muy rica y sugestiva, con cierta influencia de la poesía clásica; una escritura lírica y realista a la vez."
Por último, Juan José Burzi, autor de Los deseantes (Zona Borde), conoció la literatura japonesa en los años 90, cuando compró una antología de literatura japonesa de posguerra: "Cuando leí esos cuentos me atrajo la dureza, la mirada cruda y trágica. El tratamiento tan diferente del amor, el deseo, el dolor. A partir de ese libro presté atención a los autores japoneses del siglo XX. Resultaron una influencia importante en mi escritura. Recomiendo a Junichiro Tanizaki. En La historia secreta del señor de Musashi o Siete cuentos japoneses vemos retratado el Japón feudal y el Japón del siglo XX, siempre atravesado por las obsesiones de Tanizaki: la mujer, el fetichismo, la búsqueda masoquista del placer. La llave es una exquisita historia de voyeurismo y perversión. El elogio de la sombra es un ensayo de estética y arte, sobre el papel de la luz en el antiguo Japón y en el contemporáneo. También a Akiyuki Nosaka, quien escribió dos nouvelles muy representativas de lo que fue el período de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra: La tumba de las luciérnagas y Las algas americanas. Son tan tristes y desoladoras como bellas."
Fuente: La Nación , Walter Lezcano
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